Amo tomar desayuno. Pan tostado, huevos, panqueques, waffles, croissants, fruta, juguitos naturales, yogurt, frutos secos, pan de chocolate, mantequilla, en fin, ¿existe mezcla de comida más rica?
Si tuviera que elegir una comida del día sería esta. Por desgracia es una costumbre que está condicionada a muchos factores y no siempre tenemos el placer de sentarnos a disfrutar de esta suculenta forma de comenzar el día.
Debo reconocer que durante la mañana siempre ando apurada y corriendo. Trato de dejar 15 minutos para esto, pero la mayoría de las veces no lo logro y me voy sin comer nada o llego a comprar algo rápido a la oficina.
Pero el fin de semana o cuando estoy de vacaciones todo cambia. Me tomo mi tiempo y hago de esta costumbre un rito. Tomo mi fiel cafetera italiana, le pongo café y la dejo en el fuego. Mientras tuesto pan hasta que quede dorado y crujiente. Me hago un par de huevos revueltos, no muy cocidos y lo dispongo todo en una bandeja para tomar desayuno en cama, mi parte favorita.
Incluso es un panorama original. Nunca nadie se junta a tomar desayuno, pero yo lo he hecho un par de veces, con una amiga que trabaja cerca de mi oficina nos hemos juntado una hora antes para empezar el día juntas, en algún lugar rico. Suena sacrificado, porque hay que levantarse un poco más temprano, pero de verdad es rico cuando ya estás ahí, disfrutas la ciudad en otro horario y con ese viento fresquito de la mañana, en verano es muchísimo más agradable.
Por eso, me encantaría que el “brunch” se instaurara como una costumbre nueva. Algo así como un desayuno tarde o un almuerzo muy temprano. Me encanta. Hay cafés en Santiago que ofrecen este servicio y yo he ido un par de veces. La variedad de comidas es impresionante y no te sientes culpable de comer cosas más pesadas, porque luego ya no almorzarás. Perfecto para quienes preferimos quedarnos en la cama flojeando un poco más.